martes, 10 de abril de 2012

MIEDO


11 de Marzo de 2012.

            Era el verano de 1998 habiendo finalizado el tercer curso de Medicina. Bata blanca, vaqueros azules y flamante fonendo marca Littmann al cuello. Decidí hacer prácticas voluntarias en el hospital de Jaén para tomar contacto con la práctica clínica. Yo no tenía familiares ni conocidos médicos como otros compañeros, por lo que mi estancia allí dependía de que algún internista me quisiese acoger para acompañarle durante unas semanas. Recuerdo el momento en que me presenté a un grupo de médicos que salían de una sesión clínica, y les transmití mis intenciones. Tras hacerlo, entendí cómo se debe sentir  aquel que pide en la calle y nota cómo los viandantes le sortean. Me quedé plantado en el pasillo, tratando de asimilar que mi aventura de prácticas al menos en aquel hospital, había terminado sin ni siquiera haberse iniciado. Pero cuando salía de la planta, alguien que observaba la escena desde la distancia y al que probablemente di lástima, me llamó desde lo lejos animándome a pegarme a él. Era un residente de último año de Medicina Interna. Su nombre,  Antonio Martín. Nunca olvidaré aquel momento ni a aquella persona, que a la larga marcaría mi vida profesional cómo ningún otro profesor ni médico haría en los posteriores años. Y es que a parte de lo mucho que me enseñó de Medicina, me dijo algo que influyó en mi posterior devenir. “Cuando seas residente, habrá muchos adjuntos (médicos no residentes) que te faltarán al respeto, te humillarán y te tratarán cómo si fueses la mayor escoria del hospital. Ten presente cuando eso ocurra, que estarás dónde estás por tus méritos propios, tras superar una larga carrera y una oposición, y que eres tan médico cómo ellos. No lo olvides.” Nunca lo olvidé. Por supuesto tampoco cuando yo pasé a ser adjunto...

            Cuatro años en el Buque Insignia del SAS (cómo les gustaba llamar al Hospital Virgen del Rocío a los gestores y mandamases que allí habitaban) me curtieron como jamás hubiera imaginado, siempre teniendo presente aquel consejo. Sería largo y motivo de otra carta el enumerar todas y cada una de las vicisitudes que viví en aquellos cuatro años, y que seguro que sorprenderían a más de uno. Pero por estar relacionado con la reflexión de hoy, me gustaría recordar a aquella mayoría de Residentes que se quedaba los salientes de guardia (en lugar de irse a descansar tras 24 horas en el hospital) arrastrándose por las paredes del hospital con peor cara que los pacientes que vieron el día anterior, por el simple hecho de no quedar mal ante los adjuntos con los que rotaban. Porque en el fondo, lo que imperaba en mi Servicio era una disciplina cuasi militar en la que el Jefe de Servicio estaba arriba y los residentes de primer año en el subsuelo. Nuestro “comandante”, el Dr. Medrano era un personaje grotesco, que mascaba constantemente con la boca abierta chicle como si de una burra se tratase, y que no dudaba en gritar o intimidar a sus residentes, de los cuales por cierto no conocía ni el nombre tras más de un año. Un pésimo radiólogo transformado en político-gestor, que creía que aquello era su cortijo y nosotros sus mozos de cuadra. Explotación, intimidación, coacción y amenazas, eran los instrumentos que no dudó en usar contra “sus” residentes. A la primera de cambio y como suele ocurrir en estos casos, la gran mayoría claudicó sin ni siquiera luchar lo más mínimo. Claro. La mayoría de mis compañeros probablemente no habían recibido el consejo que yo recibí cuando aún era estudiante. Imagino que no sabían que hasta ellos, putos residentes, tenían dignidad. No es necesario que relate cómo fueron los dos últimos años en un ambiente como aquel. Sobre todo el último, cuando mi gran amigo Ernesto terminó la residencia y marchó a Escocia a trabajar.

            Siempre se ha dicho que las situaciones tan adversas o te destruyen o te hacen más fuerte. Desde entonces siempre he tenido problemas con el poder establecido, pero no por puro acto de rebeldía sino porque el poder que he conocido es corrupto y sobre todo tremendamente injusto.

            Hoy, es un día triste. Una década después, todo sigue igual que entonces, sólo que los residentes de entonces tienen canas, calvas e hijos.  Pero esta vez el protagonista de la historia no soy yo sino mi mujer.

            Recientemente el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, dictó una sentencia que creaba jurisprudencia, y en la que se reconocía el derecho a los médicos a descansar al menos 36 horas seguidas en un periodo de 14 días. Mi mujer entregó un documento editado por el Colegio de Médicos en el que anunciaba acogerse a ese derecho. Las consecuencias de hacer uso de un Derecho, la han llevado a sufrir la coacción de la mayor parte de los médicos de su centro, que han optado libremente por no acogerse al mismo (como hacían aquellos residentes con ojeras los salientes) y sobre todo las amenazas del Distrito Sanitario de Jaén, en concreto de su Director Gerente (un tal Eduardo Sánchez). Este individuo sin duda de la misma escuela que aquel abominable mascador de chicle, no tuvo ni siquiera a bien atenderme hoy 5 minutos sabiendo que me desplacé 120 km expresamente para hablar con él. Una vez más la Administración corrupta se comporta como un grupo Mafioso.
           
            ¿Por qué los politicuchos de turno nos hablan de Igualdad y del Día de la Mujer si a mi mujer no la renovaron al enterarse de que estaba embarazada? ¿Por qué escogen los contratos a dedo saltándose la Bolsa Única? ¿Por qué aceptamos que nos contraten de lunes a viernes para no pagarnos el fin de semana? ¿Por qué aceptamos los contratos de 60% y 70% en los que te pagan un 40% menos por hacer el mismo trabajo? ¿Por qué he tardado 2 meses insistiendo casi a diario, para que aceptasen que tenían que darme los días de permiso que me correspondían para el cuidado de mi hijo, si la ley era muy clara? Conozco de cerca el caso de un servicio del Hospital Macarena, en el que a las mujeres se les amenazaba abiertamente con no renovarlas si se quedaban embarazadas. "La primera que se preñe, será la primera en salir".

            Un día mi amigo Rafa nos dijo con tono serio algo que no se me va de la cabeza. “Con Silverio tienes que llevarte bien si quieres que te llame para ofrecerte un contrato” Yo no daba crédito. ¿Sabéis quién es este individuo? Es un administrativo del Distrito Sanitario de Jaén. Claro, lógico. Parezco tonto o es que no me quiero enterar de las cosas. Hemos estudiado 6 años de carrera más una oposición más una residencia de cuatro años, para que mi futuro dependa de cómo me lleve con el administrativo que “da“ los contratos. De hecho este cretino bromea de vez en cuando con lindezas como “A ver si no te voy a llamar”. Teniendo en cuenta para el que no lo sepa , que las contrataciones se hacen en teoría, utilizando estrictamente la bolsa de trabajo…¿Cómo podemos aceptar algo así?  

            La administración del SAS, al igual que probablemente la de otras comunidades, está podrida amigos. Primero nos precarizan para después explotarnos bajo la amenaza de la no renovación. Si te coges la lactancia no te renuevan. Si te quedas embarazada, tampoco. Si me conviene me salto la bolsa y contrato a dedo. Si te quieres acoger a tu derecho de descanso tras la guardia, te cambio el contrato sobre la marcha a uno con peores condiciones y además no te renuevo. Para colmo, la desvergüenza e impunidad, les lleva a decirte que si no te gusta, que los denuncies, conscientes de que casi nadie lo hará y de que en el caso de que lo hagas, el proceso durará años. 

            Todo esto lo ha sufrido mi mujer en menos de un año de trabajo en diferentes distritos y centros públicos de la provincia. Es sólo un ejemplo de lo que está ocurriendo a gran escala. Lo que ocurre es que nadie se atreve a levantar la voz.

            Ahora me dirijo especialmente a mis compañeros. Escogimos una profesión maravillosa, que nos permite cada día realizarnos como personas ayudando a los demás. Debo decir que entré en la carrera por casualidad y no por vocación, pero que sin duda volvería a hacerla de nuevo pues ha sido una de las experiencias más apasionantes que he tenido ocasión de vivir. Conseguimos acceder a Medicina. Estudiamos una larga carrera de 6 años sufriendo como sabéis bien, la arbitrariedad de déspotas catedráticos. Por aquel entonces, ellos eran el motivo de nuestro miedo. Después llegó el miedo al examen MIR. Ya nadie quería ser médico. Quería ser Especialista en Cirugía Cardiovascular, y si no, no quería ser nada y estaría dispuesto a repetir el MIR pues era un fracaso. Llegué a conocer a una chica cuya vocación parecía de repente ser Radióloga sub-especializada en Radiología Vascular e Intervencionista.  Entonces el temor eran los demás que se examinaban. Tras eso, durante la Residencia el miedo lo encarnaron los adjuntos y el jefe de Servicio por el temor a que no los contrataran al terminar la formación. Después, el miedo al Director del Centro de Salud, o del Hospital, o el miedo al Distrito. O peor aún, el miedo a Silverio, el administrativo al que sin duda le debemos nuestro puesto de trabajo.

            ¿Cuándo dejaremos de tener miedo compañeros? Algunos ya hace tiempo que dejamos de tenerlo. Y cuando lo pierdes, sólo tienes un problema. Ya jamás sabrás hasta dónde eres capaz de llegar por lo que piensas que es justo.

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